Recientemente aparecía una noticia que llamaba la atención en algunos periódicos. Un hombre sevillano había acudido a la Policía Local a denunciar a una trabajadora sexual por, según él, no llevar a cabo los servicios acordados. Lo que ocurrió entonces es que, valiéndose de ordenanzas municipales de la capital andaluza, la Policía detuvo al cliente y le multó con 600 euros por hacer uso del sexo de pago, algo prohibido. Sirva este ejemplo para demostrar la situación tan oscura y problemática en la que se encuentra este oficio, que lleva milenios con nosotros, pero que todavía no ha logrado superar la marginación. La sociedad sigue viendo la prostitución con algo desagradable, perverso e incluso pecaminoso, por culpa del sesgo religioso que todavía tenemos. El problema de la prostitución, más allá de la esclavitud que obviamente hay que perseguir, es que desde fuera solo se ve con el filtro de la moralidad.
El trabajo sexual consiste, como tantos otros oficios, en un intercambio de servicios por pagos acordados. Igual que el fontanero que nos arregla el inodoro o el diseñador gráfico que nos crea un logo. El detalle es que, en el caso de las prostitutas, el servicio que ofrecen es sexual, y eso es algo intolerable para muchos. Con el sexo, con el propio cuerpo, no se debe comerciar, aunque está claro que muchas veces se hace sin esas implicaciones morbosas y sexuales. La mano de obra destroza nuestro cuerpo, seguramente de una manera más agresiva que el propio sexo, pero como se necesitan albañiles, mineros y demás, nadie dice nada. Lo más curioso de todo es que la Historia ha demostrado que el ser humano también necesita de la prostitución, porque esta no ha desaparecido ni siquiera en las peores guerras. La persecución que muchas veces se da contra las chicas se ha extendido en los últimos años también a los clientes. La razón es sencilla: si no hay clientes, si no hay demanda, tampoco habrá oferta, y las prostitutas tendrán que retirarse. Un pensamiento bastante ingenuo que, como hemos podido comprobar, no funciona en la vida real.
El sexo de pago siempre es una opción
Y es que para los hombres, el sexo de pago siempre va a ser una opción válida, desde el momento en el que haya una chica que acepte ese pago. De hecho, en estas últimas décadas las situación se está liberalizando mucho más. En siglos pasados, el hombre ni siquiera pagaba en muchas ocasiones. Directamente violaba a la chica, que estaba totalmente indefensa ante la fuerza y el poder del varón. Las cosas han cambiado, y las mujeres tienen hoy mucha más libertad… excepto si quieren utilizarla para emplearse como trabajadoras sexuales. Esto es algo que todavía se debate dentro del seno del feminismo, porque muchas sí que ven en la prostitución un trabajo empoderador.
El sexo de pago es una alternativa a la que muchos hombres acuden, por diversas razones. De hecho, intentar crear un prototipo de putero suele resultar cuanto menos ingenuo, ya que hay una gran variedad de hombres que recurren a estos servicios. Lo hacen por necesidad sexual, al no tener pareja que le satisfaga. También por costumbre, incluso cuando tienen pareja, porque prefieren que una profesional pueda hacerles ese tipo de cosas que su chica no sabe o no quiere. Incluso por diversión, para salir un poco del ambiente familiar o laboral, para descargar todo lo que llevan dentro y desahogarse. Las razones son muchas, y de hecho, los hay que prefieren pagar por sexo directamente a estar gastándose tiempo y mucho dinero en cortejar a una chica que se hace la difícil.
El estereotipo del putero
Cuando se intenta crear un perfil determinado sobre un cliente tipo, en este caso el de la prostitución, siempre se buscan datos. Por desgracia, al ser este sector tan marginado, los datos que se obtienen son muy pocos y dudosos. Sin embargo, podemos crear un perfil tipo del putero, centrándonos en España, para acotarlo más. En el caso de nuestro país, el de mayor consumo de sexo de pago de Europa, el putero tipo es un hombre adulto, de entre 40 y 50 años, normalmente casado y con familia. Acude al burdel o en busca de las prostitutas al menos un par de veces al mes, y considera que la prostitución no es una forma de violencia. Las representaciones que se hacen de los puteros en el cine y la televisión suelen ser rancias, presentándolos como hombres machistas, agresivos, poco caballerosos e incluso sucios.
Una realidad mucho más diversa
Sin embargo, la realidad es muy diferente, o al menos, mucho más diversa. Las propias prostitutas afirman que es casi imposible crear un perfil en el que encajen la mayoría de sus clientes. Los hay de todo tipo y pelaje, muy parecidos a la descripción del apartado anterior, pero también más jóvenes, atractivos, caballerosos y amables. De hecho, parece que en los últimos tiempos los clientes más jóvenes están haciéndose más presentes en los burdeles. Pagan bien, no dan muchos problemas y suelen ser cariñosos con las chicas, algo que ellas agradecen. De la misma forma, los hombres más mayores, superando incluso los sesenta, suelen contratar los servicios de las escorts más por compañía que por sexo en sí.
En este sentido, las trabajadoras sexuales muchas veces trabajan como psicólogas o acompañantes, más que como expertas sexuales. Es curioso que no exista ningún tipo de oficio que sea, precisamente, el de acompañar a esas personas que se sienten solas. Muchos hombres mayores, abandonados o viudos, acuden a estas chicas solo para tener alguien con quien hablar, alguien que les trate bien y les escuche. Pero también existen los clientes que tratan de aprovecharse de ellas y que sienten que solo por pagar ya pueden hacer lo que quieran con la chica de turno. La mayoría de la escorts, por desgracia, han sufrido algún tipo de vejación, agresión o abuso por parte de un cliente. Y lo peor es que como en el caso de la noticia que comenzaba este artículo, se sienten indefensas a la hora de denunciar esos abusos.
¿Se debe perseguir a los clientes?
La situación de la prostitución es actualmente bastante compleja en España. Se persigue de forma sutil a través de ciertas ordenanzas donde se puede multar a las chicas, e incluso también a los clientes. Pero no hay una ley que considere que la prostitución es delito, más allá de si es forzada o infantil, claro está. Algunos de los países que están regulando este oficio, con el fin de acabar con él, opinan que la mejor forma de hacerlo es perseguir a los clientes. De esta manera, arguyen, se acabará el flujo de dinero para la prostitución. Sin embargo, lo que hace esto que es que las relaciones se lleven a cabo en la clandestinidad, y la seguridad de las escorts sea mucho menor. Al final, en este tipo de guerras, siempre pierden las mismas.